jueves, 19 de febrero de 2015

Música triste.

Hay personas y personitas que quiero o que no quiero, que conozco o que no conozco, que les he preguntado o no, que me comentan que no les gusta la música triste. Que no comprenden el atractivo que puede tener una canción que no pizpiretee el alma y te ponga a bailotear encima y sobre casi casi lo que sea. Yo suelo encajarlo o discutirlo. Reirme de ello o no. Asentir o negar. Suele ser, o no, una lotería mi reacción. También, a veces, en el mundo real, hay gente que no puede dormir. Sin ir más lejos, ayer yo no podía dormir. No podía dormir porque mi vecina no dejaba de hacer ruido. Mi vecina no dejaba de hacer ruido porque ella tampoco podía dormir. Ella no podía dormir porque su hija no dejaba de llorar. Ella lloraba porque su cabeza no podía descansar. Su cabeza no podía descansar porque una canción triste vivía en movimiento dentro de ella. Una canción triste vivía en movimiento dentro de ella porque nadie la supo calmar. Nadie la supo calmar porque nadie se paró a escuchar que le pasaba. Nadie se paró a escuchar que le pasaba porque la gente tiene prisa. La gente tiene prisa porque no tiene tiempo. La gente no tiene tiempo porque el tiempo es oro. El tiempo es oro porque la gente necesita descansar. La gente necesita descansar porque yo, ayer, no pude dormir y, entonces, para no escuchar cosas que no me dejaban dormir tuve la genial idea de poner una canción que me dejara dormir. La puse más alta que los ruidos que no me dejaban dormir y así la habitación se lleno de un muro de sonido que sí me dejaba dormir. Un trerrible y somnolente jaleo de ecos y canciones que me dejaban dormir tapando los ruidos y los lloros desconoslados de la pobre y deprimida hija de mi vecina.

Y a eso es, entiendo, lo que esas personas tan variadas suelen llamar música triste.

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