lunes, 22 de junio de 2015

De mi

Salí de casa y me dividí en mil pedazos. Pasé por delante de la panadería y sonreí a la señora que atiende en el mostrador dejándole una de esas minúsculas porciones que ella me correspondió con la amabilidad con la que me corresponde cada mañana.. Seguí caminando y me encontré a una chica que vino ayer a mi concierto. Hablamos durante un rato, me contó cosas de ella, algunas que ya imaginaba, y yo le conté cosas de mi, obvias o no, cosas de mi. En ese ejercicio tan sencillo fuimos intercambiando trocitos del uno y del otro que llevarnos cada uno al final de nuestros paseos. Nos abrazamos y seguí paseando hacía mi destino. Después llamé a mi mejor amigo, él ya tiene trozos míos y yo de él. La conversación era un poco como revisar que tal conservábamos esos trocitos que habíamos depositado en nosotros durante todos estos años. Los míos los vi creciditos, los vi evolucionados, los vi madurar en su interior. Me alegró que así fuera. El constató cómo, dentro de mi, sus trocitos también eran grandes y fuertes. Le alegró que así fuera.

Seguí camninado depositando partes de mi, captando partes de otrxs, alegrándome de cómo están los que ya habitan dentro de los demás y disfrutando de cuidar con cariño y dedicanción los que voy recopilando.

A veces, pocas, me asomo en algunas pupilas que no quisieron cuidar mis porciones, que no tuvieron interés o capacidad para dejarlos crecer en su interior o por lo menos instalarse. Personas de las que yo si conservaba, mejor que intactos, sus pedacitos. Es algo que me genera tensión, como una corriente ciclogénica que derriba todo lo que encuentra a su paso. Una fuerza que devasta. Que daña y derrota. Que duele. Y, cuándo eso sucede, me suelo volver cabizbajo a la madriguera donde me dedico a fabricar materia prima de mi que más tarde repartir y, entre todos esos libros, discos, guitarras y recuerdos bonitos, me siento dubitativo y viendo como todo se tambalea y titubea camino de la autodestrucción hasta que, como una suave brisa que entra por la rendija desde el exterior, recuerdo todos aquellos corazones que me siguen regando, alimentando, oxigenando y haciéndome cada vez más y más fuerte y capaz de amar. Y, en un acto que pica dentro pero que reconstruye, me estirpo los trozos de esa persona que no ha querido, que no ha podido o que no ha tenido maldito tiempo.

Y sigo viviendo e intentando hacer reir a la panadera de mi barrio.

No hay comentarios: